«Una mujer no puede amar las cicatrices del monstruo de Frankenstein, ni los vendajes gusarapientos de la momia, ni la pelambrera silvestre del hombre-lobo; pero cae de buen grado, a sabiendas de las terribles consecuencias, en los brazos del lívido conde Drácula».
Santiago R. Santerbás, Prólogo de La muerta enamorada de Théophile Gautier, Ediciones Hiperión.